Abriendo el melón de Brasil que llega a España: el dulce monocultivo que amarga muchas vidas

Está a punto de comenzar la temporada de melones. Y sin embargo, los supermercados españoles han estado inundados de esta fruta durante todo el invierno. ¿Dé dónde procede y qué impactos tiene?

Rosa M. Tristán

Supermercados españoles han estado este invierno inundados de melones. La fruta del verano se vendía en enero. Y no eran de Villaconejos (Madrid), un lugar de referencia nacional. La mayoría proceden de Brasil y su venta coincidió con las protestas de miles de agricultores españoles por toda la geografía nacional. Las importaciones de esta fruta típica, de la que España es el mayor productor y consumidor de toda Europa, ascendieron hasta noviembre del 2023 a 125.000 toneladas, según los datos de importación de España de la consultora Volza, y fueron importados por 222 empresas de 185 proveedores diferentes. La cuestión es: ¿qué sucede en aquellos lugares donde se cultiva en enero y cómo llega hasta nuestras estanterías? ¿A qué coste social y ambiental?

Para encontrar respuestas hay que recurrir a historias como la del agricultor Francisco Edilson Neto, de 65 años, ex presidente del Sindicato de Trabajadores Rurales de Apodi, en el estado brasileño de Rio Grande do Norte, quien, en declaraciones publicadas en su país, dice sin ambages: “El melón consiguió destruir los sueños de mucha gente”. Neto recuerda en un medio local, Ojo e Trigo, que él cultivaba de forma agroecológica un cultivo típico en su región, el arroz rojo, además de frijoles, verduras y algunas frutas que le permitían mantener a su familia vendiendo el sobrante en ferias en la ciudad cercana. Pero ya hace algún tiempo que este panorama cambió drásticamente. 

Datos de 2023 apuntan que hasta el 41% de los melones brasileños de exportación llegan a territorio español, el país que más los demanda, seguido a cierta distancia por  los Países Bajos. Todo indica que las sequías en España del pasado año están detrás de las razones por las que ya desde el verano se empezaron a consumir melones brasileños, que también llegaron a Holanda y Reino Unido, como reflejan las estadísticas de la Secretaría Comercio Exterior, ante la mala cosecha peninsular, una demanda que se ha prolongado hasta nuestros días.

En los últimos años, el melón (y en menor medida, la sandía) ha sido la fruta más exportada por Brasil, sólo por detrás de los mangos del Valle de São Francisco. Los principales destinos son la Unión Europea, Reino Unido y Estados Unidos, mercados ya consolidados para las frutas brasileñas, que han emepzadoahora a llegar al mercado chino.

Haciendo historia, fue el gobierno de Bolsonaro el que apostó con fuerza por ampliar este mercado hacia el país asiático porque vislumbraba que el tratado de Mercosur con la UE iba a tener tropiezos, como está sucediendo. A los reparos de Francia a este acuerdo comercial, se han sumado ahora las de agricultores de toda la Unión Europea, poco conformes con un aumento de la ya dura competencia de ultramar. De hecho,  España es uno de los focos -no el único- que han tenido las protestas. Pero los impactos no sólo son para los productores en Europa, que ven cómo se desestacionalizan productos, y caen los precios con importaciones que tienen menos regulaciones ambientales. También se generan daños en los territorios brasileños que antaño estaban ocupados por pequeños agricultores como Neto, que hacían agroecología con cultivos para su subsistencia y ahora ven sometidos sus territorios a un fuerte estrés hídrico. 

En el estado de Rio Grande do Norte, donde antes cultivaban su típico arroz rojo, alubias o verduras, ahora solo se vislumbran inmensos melonares que han ido secando y contaminando la tierra a base de pesticidas. Sobre todo, en la gran meseta que es la Chapada de Apodi, entre ese estado y el de Ceara, donde la llegada de la gran agroinduistria frutícola a finales de la década de 1990 convirtió a los campesinos en obreros. La complicada disponibilidad de agua en lo que es un ecosistema semiárido, Neto recuerda que convirtió su territorio en un campo de batalla entre las grandes empresas y la forma en la que las comunidades campesinas locales gestionaba sus recursos naturales, que se consideraba atrasada. Perdieron las segundas.

Más recientemente, el acuerdo comercial de Bolsonaro, en 2019, con el presidente chino Xi Jinping , que incluía la exportación de esta fruta, no hizo sino aumentar las perspectivas de un negocio para el que las grandes multinacionales ya habían hecho sus cuentas. El sector ya auguraba que el nuevo mercado requeriría duplicar las 20.000 hectáreas que ese año se dedicaban a melonares. Tres años después, ya enviaban a China unos 200 millones de toneladas. Al mismo tiempo, siguen exportando a Europa. De hecho, en noviembre de 2023, la empresa líder del sector, Agrícola Famosa, anunció que había arrendado seis barcos completos para exportar sus productos a la UE. En 2023, sus responsables esperaban ganar un 20% más que el año anterior. Se calcula que 400 contenedores salen cargados de fruta cada semana desde sus instalaciones para ser embarcados. 

Los impactos ambientales no solo están en el uso del agua, en un país donde hasta la Amazonía está siendo afectada por falta de lluvias, sino que detrás de esa elevada productividad brasileña se esconde un masivo uso de pesticidas peligrosos en sus monocultivos para evitar plagas. Así lo puso en evidencia una denuncia de la ONG Greenpeace en 2021, tras realizarse estudios de laboratorio. Bolsonaro aprobó hasta 262 nuevos tipos de pesticidas, «un ritmo nunca antes visto», en palabras de Larissa Bombardi, autora del Atlas del uso de pesticidas en Brasil. Lo más grave, explica la especialista de la Universidad de São Paulo (USP), es que “aproximadamente un tercio de ellos incluyen alguna sustancia prohibida por la UE”. Entre los ingredientes más destacados utilizados en Brasil, y vetados en Europa desde hace más de 15 años, están el acefato y la atracina. La llegada de Lula da Silva no ha cambiado el panorama: se siguen permitiendo productos en Brasil que no son tolerables en el consumo comunitario por sus perjuicios para la salud.

Esta contaminación, además, afecta a la salud de quienes viven cerca de las fincas. En Apodi, cuando se acerca la temporada de cosechar melones, los vecinos empiezan a sentir la nariz ardiendo, sobre todo por las noches, cuando esparcen con fumigaciones aéreas, como con piriproxifeno, un plaguicida también prohibido en el mercado comunitario europeo. La oposición a estas prácticas ya tiene una víctima mortal: en abril de 2010, el líder ambiental José Maria Filho, más conocido como Zé Maria do Tomé, fue asesinado con más de 20 disparos a quemarropa cerca de su casa, en la comunidad de Tomé, en Limoeiro do Norte, Ceará. Se había destacado en la lucha contra estas prácticas. El crimen generó un movimiento de resistencia en Chapada do Apori que culminó con la ocupación de unos terrenos y la creación del Campamento Ze María do Tomé, en 2014, que continúa activo -con apoyo del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra- y agrupa a decenas de pequeños agricultores en lucha contra las expropiaciones de las que son objeto y denunciando las condiciones de vida que genera el agronegocio.

Paisajes tóxicos por los pesticidas

La periodista Mariana Acosta visitó la zona recogiendo testimonios que revelan estos problemas. Entre ellos destaca el de un campesino que vive a 200 metros de una de ellas y que, también por temor a posibles represalias, ocultó su identidad. Posee unos animales domésticos y unas colmenas, dado que la miel original de Apodi era otro de los productos estrella en la región. “Ya no podemos estar al aire libre por la noche, cuando se hacen las purgas. En lugar de aire, sentimos el polvo con veneno”, le aseguraba. “Y las abejas también fallan. Antes eran fuertes y producían mucho, pero ahora no, necesitan mucho esfuerzo para recuperarse”, le comentaba. 

De hecho, también el cultivo de melones a gran escala precisa de estos pequeños insectos para su polinización y es por ello que la empresa Agrícola Famosa tiene más de 6.500 colmenas, pero no son como las propias de ese territorio, sino de una especie que ha sido introducida y es fruto del cruce de especies africanas y europeas. Producen a la empresa una miel que les sirve para hacer mermeladas aprovechando los melones que, por sus características o imperfecciones, no pueden ser destinados a la exportación.

Leandro Vieira Cavalcante, experto de la Universidad de Rio Grande do Norte, en un informe sobre esta fruta denuncia que el monocultivo tiene un grave impacto social, al destruir el tejido agrícola local, con una apropiación de tierras que no cesa. “El papel hegemónico de las agroindustrias transforman la tierra en un territorio corporativo en manos de pocas empresas en el que son ellas las que imponen sus reglas e imposiciones”. Es un territorio que en esa zona cubre todo el área entre los valles de los ríos Apodi-Mossoró y Jaguaribe y hasta Chapada do Apodi. Sólo de allí sale el 70% del total de melón producido en Brasil en 2020.  Otros lugares dedicados a melonares están en Bahía, Pernambuco y Piauí. Producen 600.000 toneladas de melón y sandía y cada kilo supone unos 200 litros de agua de consumo, menos que otros frutos, pero que sumados en intensivo es un volumen descomunal.

Dada la falta de lluvias, son los acuíferos que hay debajo los que se están aprovechando para aumentar esa productividad, hipotecando por un lado el futuro, contaminando los sobrantes y, en general, generando un conflicto con las comunidades en las que aún se mantienen algunos cultivos tradicionales o aquellas que decidieron también dedicarse a estas frutas a ver si sacaban algún rendimiento, a menor escala, pero que han comprobado que no pueden competir con las grandes agroindustrias porque no tienen los recursos necesarios para invertir en tecnología. “Algunos -relatan campesinos a través del Sindicato de Trabajadores Rurales, que prefieren no figurar con su nombre – fuimos al Banco Nordeste a pedir un préstamo para dedicarnos también a los melones, dado que los veíamos crecer por todos los lados. Pero aquello no funcionó y se acabó dividiendo a la comunidad porque se generaron deudas de las que duran años. Nos dijeron que la agricultura ecológica y a escala comunitaria era algo atrasado y que mejor nos dedicáramos a trabajar en las compañías grandes”, recuerdan. Parte del fracaso se debió a que cuanto mayor es la profundidad a la que está el agua subterránea, más caro resulta explorar un pozo, algo del orden de algunos millones de reales brasileños. Luego, llevar este agua hasta el riego también requería una inversión, dado que el bombeo depende de la electricidad. 

Enfrente, este campesinado local tiene a auténticos gigantes, como la mencionada Agrícola Famosa, que posee en cultivo más de 30.000 hectáreas en 16 fincas, seis veces más que cuando empezó su actividad en 1995, cuando fue fundada por el abogado Luis Roberto Barcelos, perteneciente a una familia que ya estaba en el agronegocio en el interior de São Paulo, y por Carlos Porro. Empezaron como intermediarios, pero pronto lograron comprar algunas fincas en Icapuí. 

De cada diez melones que produce la empresa, siete se destinan al mercado internacional. En 2021, ya tenía sede en el Reino Unido, Melon & Co, y se asoció con el gigante valenciano Citri & Co, la mayor empresa productora y proveedora de cítricos y frutas de hueso de Europa. En marzo de ese año se oficializaba la alianza y Carlos Blanc, CEO de Citri & Co, daba la bienvenida a los brasileños con estas palabras: “Ambos compartimos una visión estratégica común: ser un especialista verticalmente integrado para ofrecer fruta fresca de la máxima calidad a nuestros clientes en las categorías de fruta más relevantes para ellos. Además, nos une un fuerte legado y arraigo familiar basado en los mismos valores, visión de negocio y compromiso con la sociedad, promoviendo el desarrollo de nuestras comunidades locales”. Por su parte, Porro destacaba que trabajarían “conjuntamente para impulsar sinergias positivas que aceleren nuestros planes de crecimiento”. 

Melones que secan el entorno

La expansión no es solo cuestión de hectáreas, sino en pozos: en solo ocho años, Agrícola Famosa pasó de cuatro a 21 pozos profundos, los que tienen entre 400 y 800 metros de profundidad, a los que hay que sumar los que llegan a los 400 metros, que se ha más que duplicado: de 250 a 582. Son datos facilitados por la propia empresa. 

En el estado de Ceará, esta empresa es de los más grandes consumidores de agua, habiendo sido autorizada a utilizar casi 10 millones de metros cúbicos, según el cálculo efectuado por el geógrafo Diego Gadelha, investigador y profesor del Instituto Federal de Ceará, que ha llegado a esa conclusión a partir de subvenciones otorgadas por el gobierno estatal.  “Aquí, el tamaño del terreno no significa mayor uso de agua. El criterio más importante es la intensidad de su uso”, explica. Es una dinámica de denomina “agrohidronegocio”, concepto que caracteriza el  modus operandi  de los grandes fruticultores. “Para que se hagan una idea, 10 millones de metros cúbicos serían suficientes para abastecer a los 244.000 habitantes de Chapada do Apodi con 110 litros de agua al día, la cantidad mínima recomendada para el consumo y la higiene, según la Organización Mundial de la Salud”, añade.   

La alarma de que el agua no era eterna surgió a raíz de la larga sequía que, desde 2012 y durante ocho años, afectó a Ceará. De hecho, hay noticias de que el acuífero no ha vuelto a recargarse desde entonces al mismo ritmo al que los monocultivos de melones y sandías extraen su recurso. Y no es previsible que, en un contexto de cambio climático, el déficit actual se revierta si coincide con los planes de expansión en el horizonte ante la demanda europea y china.  

Para el ingeniero agrónomo Josivan Barbosa, profesor y ex decano de la Universidad Federal Rural del Semiárido, que ha seguido de cerca la trayectoria de la agricultura de regadío, el anunciado aumento de la producción de melones es una declaración “más en el terreno político que real, porque no hay agua”. En una entrevista en el medio mencionado señalaba que para aumentar las exportaciones haría falta poner en cultivo otras 10.000 hectáreas, que no se podrían regar. No es algo que parece preocupar a las empresas, que inundan los supermercados españoles de estas frutas fuera de temporada, generando una demanda que no existía. El agroempresario Barcelos es el presidente de la nueva Red Nacional de Regantes. 

No conviene olvidar el aspecto laboral, argumento fundamental para quienes se dedican a este sector. En los picos de cosecha, sólo Agrícola Famosa contrata a unos 9.000 trabajadores, pero en el sector no es un trabajo continuo, sino solo en determinados momentos, de temporeros, de forma que, si bien generan empleo, parte del año se obliga a las familias con otros ingresos. El portal brasileño Salario señala que, en 2024, el sueldo medio en la llamada ‘cultura del melón’ en Brasil ronda los 250 euros al mes, con un máximo de 335 euros. El salario mínimo está en 236 euros.

Todo ello no es ajeno a cómo una España que está pasando de semi-árida a árida, no sólo está perdiendo cuota en el mercado europeo, sino también en el local. Pese a que genera más que suficiente para el consumo interno, el aumento de las importaciones, en este caso desde Brasil, a precios que no se corresponden con el coste que tiene su monocultivo y su transporte desde una distancia de unos 6.500 kilómetros, son una dura competencia. Un melón por abrir que esconde que no nos son ajenas.

Fotos: Rosa M. Tristán

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